Leonardo Boff llenó el auditorio de gente que esperaba cualquier
oportunidad para aplaudirlo o reír sus bromas en su presentación de esta
tarde en la UCR.
No sé si fue por su acento brasileño o por el ritmo y la profundidad de su voz.
O quizá es porque la gente estaba esperando un mensaje de esperanza en el que confiar. Dejar de lado la malicia, bajar la defensa.
Sin diapositivas que lo apoyaran, se levantó de la mesa
donde estaba también uno de los vicerrectores para dictar su conferencia
de manera más directa a la audiencia.
Irradiaba carisma y el público se entregó.
Ese hombre de vestimenta sencilla, barba densa, pelo blanco y grandes anteojos, contextura un poco gruesa y entrado en edad. Ese hombre sencillo. Ese hombre tenía a la audiencia completamente entregada, esperando un poco de sabiduría.
La idea principal de su presentación: la Iglesia necesita reconocer que el Espiritu Santo está en toda la humanidad, por lo que se puede aprender de todos los sectores. El papa Francisco representaría esa mayor apertura.
Y sin embargo nadie fue a escuchar esto.
La realidad es muy cruel, demasiado real se podría decir.
Entonces se necesita de alguien que nos dé un poco de esperanza. Eso fue
lo que Boff hizo. Eso era lo que su audiencia quería.
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