lunes, 25 de marzo de 2013

21 de diciembre

a Diana.

Se despertó bajo una luz de día que no conocía. Pero era una luz muy bella.

No la conocía porque llegó a esa casa en la tarde. Tras pasar una mala noche de malestar estomacal y vómito, aquella mañana le llenó el alma y lo recompuso.

La luz que veía desde donde estaba era la de un sol fuerte, pero aun bajo. Su tono anaranjado y la noche precedente hacían que ese momento pareciera una fantasía.

Tardó unos instantes en entender dónde estaba. Esa pequeña confusión que al despertar nos produce el amanecer fuera del lugar acostumbrado.

Y esa luz.

Había dormido sobre un colchón inflable en el suelo al que no se habituó en la noche, pero que ahora se le antojaba delicioso. Representaba la libertad de no tener ninguna obligación más que disfrutar ese día.

Luego vio el otro colchón a su lado.

Este ya estaba desocupado, pero la consciencia de que era ella quien hacía pocos minutos dormía a su lado le terminó de explicar porqué había esa luz precisamente esa mañana. Solo así podía comenzar aquel día.

Se levantó a buscarla. Sus vidas iniciaban un nuevo recorrido juntas. Un recorrido que ya habían comenzado antes de declarárselo.

Era irreal lo que había ocurrido en tan pocos días; tanto en el día de ayer. Esa luz también lo era: no era posible que fuera tan bella.

Caminó el pasillo que salía desde la habitación. Ella no estaba en la cocina.

Volteó hacia el patio interno.

La luz de la mañana se expresó ahí con toda su fuerza. Y la alumbraba con una esperanza tan prometedora que él se llenó de alegría.

Ella estaba leyendo en una silla, disfrutando los minutos desde que se levantó primero.

Le alegraba haberla encontrado así, sin más, como si él no estuviera ahí. Porque entonces pudo mirarla y caer en cuenta que sí era real. O tal vez le alegraba más que fuera tan irreal, iluminada por esa bella luz.

Ella lo volvió a ver con su rostro alumbrado lleno de ternura. Y le sonrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario